Hoy vuelvo a
incidir en el tema de la educación, pero en esta ocasión me voy a centrar en una cuestión compleja como son los límites. ¿Son necesarios? ¿Es mejor que se responsabilicen y aprendan de su experiencia?.
Considero muy importante conocer,
aunque sea mínimamente, como es el desarrollo normal de un niño, pero sin que
ello represente una norma, ya que como sabéis, cada niño tiene su ritmo y en
edades tempranas es normal que haya cierta variabilidad.
Pero tener estos
conocimientos básicos sobre su desarrollo nos ayudará a entender que ciertos
comportamientos no sólo son normales sino que son necesarios, por ejemplo las
rabietas. Saber esto ya representa que cambiamos nuestra manera de vivirlo y
por tanto, nos ayudará a gestionarlo mejor.
La importancia de los límites.
A
pesar de la importancia de los límites estos se pondrán de manera adecuada,
siempre con respeto y dejando espacio al niño para que se pueda expresar.
Frases del tipo "esto se hace así porque aquí mando yo" son del todo
inapropiadas y más que autoridad lo que este padre o madre está transmitiendo
es autoritarismo.
Imaginemos
que los límites son como dos líneas paralelas que pueden estar más o menos
separadas. Esta separación vendrá determinada por cómo sea el niño y cómo sean
los padres. Hay niños que necesitan unos límites más marcados y otros que
muestran un nivel de madurez que permite que nos podamos mover en unos límites
más amplios.
Y, ¿qué
pasaría si los límites son muy estrictos?
Imaginemos
el caso extremo en que en lugar de tener dos líneas entre las que el niño se
puede mover, tenemos una única línea. Sería el caso de los niños que no tienen
ningún margen de decisión. Sólo tienen que hacer lo que les dicen los padres.
En este caso, es probable que crezcan también con cierta inseguridad porque lo
único que han tenido que hacer es obedecer. La rigidez en los límites también
genera inseguridad y también puede generar rabia, ya que el niño no se
encuentra nunca validado como ser independiente. Recordemos que tan importante
son los límites como el hecho de darles cierta autonomía a medida que la puedan
asumir. Además, un niño que está acostumbrado a obedecer sin tener nunca un criterio
propio puede también presentar dificultar en su relación con los demás: puede
presentar baja autoestima, baja asertividad, etc.
Las
llamadas conductas disruptivas tienen su razón de ser, la mayoría de las veces,
en una deficiente gestión de los límites. Situaciones del tipo “eso no lo hagas o te tiro el juguete a la
basura”, es decir, pretender poner límites en base a amenazas que luego
encima ni siquiera se cumplen, no es una buena estrategia.
Es
preferible siempre que sea posible que haya cierta negociación y que en lugar
de amenazas con castigos (o utilizar premios) se utilicen las consecuencias. Al
utilizar las consecuencias (que pueden ser negativas o positivas) estamos poniendo
el émfasis en la acción que hace el niño de manera que lo importante no es algo
externo que voy a conseguir si hago la acción. Lo importante será que esa
acción me lleva a una consecuencia. Por ejemplo, quedamos con nuestro hijo en
que recogerá la ropa después del baño y la pondrá en el lugar de la colada. Una
vez lo ha hecho lo felicitamos y al acabar antes de recoger la mama tiene
tiempo de estar un ratito con él leyéndole un cuento. Así, la idea es que
ayudar a la mama a recoger tiene como consecuencia que la mami tiene más tiempo
para hacer otras cosas como por ejemplo leerle tranquilamente un cuento.
Cuando
queremos reconducir una conducta disruptiva poniendo nuevos límites tenemos que
tener en cuenta que en un primer momento la conducta va a augmentar o bien en
frecuencia o en intensidad. El niño sabe que hasta ahora los límites no eran
reales así que reacciona como siempre pero ve que no consigue su objetivo, así
que aumenta la intensidad de la acción para ver si de esta manera logra su
objetivo. En este punto es importante que los padres perseveren ya que después
de un tiempo en que es probable que se mantenga la conducta (tira y afloja para
ver quién gana) finalmente el niño entiende que ya no será como antes y baja la
conducta hasta que ésta se extingue, que es nuestro objetivo. Por ejemplo, un
niño que grita para conseguir lo que quiere. Siempre que grita se lo damos para
que calle. Llega un momento en que le explicamos que no le daremos nada si nos
lo pide gritando (establecemos nuevos límites). Entonces en un primer momento
el niño gritará con más intensidad. Si perseveramos el niño entenderá que
aquella conducta, ya no le resulta útil y dejará de hacerla al ver que no
obtiene los resultados buscados. Cuando empezamos a poner
límites y corregir ciertas conductas tenemos que empezar por las menos
disruptivas (tenemos que empezar con lo más fácil). ¿Por qué? Pues porque
conseguir cambiarlas será más sencillo y nos servirá como reforzador para
cambiar el resto de conductas. El niño se animará al ver que ha sido validado y
elogiado por los padres por el cambio y esto favorecerá nuevos cambios.
Si hay un tema importante es la educación de nuestros hijos. Vale la pena pararse a pensar que tipo de educación queremos darle y llevarla a cabo de manera coherente.
Un abrazo,
Mª Jesús Soriano
Madre y Psicóloga
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